Pasapalabra: Las patas de la grulla

05.03.2022

¿Alguna vez has oído hablar de un autor conocido como Bocaccio? Este escritor italiano del siglo XIV escribió un libro titulado El Decamerón, compuesto por 100 cuentos a medidos de siglo. De entre todos ellos, vamos a leer uno titulado Las patas de la grulla.

A mitad del siglo XIV, Florencia es asolada por la peste negra. Huyendo de la plaga, un grupo de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, se refugia en una villa en las afueras de la ciudad. Para distraerse, cada uno de ellos explica una historia durante las diez noches que pasan en la villa. En la sexta jornada, Elisa cuenta la historia de «Las patas de la grulla». 

Las patas de la grulla

Currado Gianfiglazzi siempre fue en nuestra ciudad un ciudadano notable, liberal y magnífico, y se deleitaba continuamente con perros y aves de caza. Un día, en Perétola, halló con un halcón suyo una grulla muerta y, como la encontró gorda y joven, se la mandó a un buen cocinero suyo, que se llamaba Chichibio y era veneciano, diciéndole que la asase para la cena y la preparase bien.

Chichibio aderezó la grulla, la puso al fuego y comenzó a guisarla con todo esmero. Cuando la grulla estaba ya casi a punto y despedía el más apetitoso olor, entró en la cocina una mujer del barrio, que se llamaba Brunetta, de la que Chichibio estaba perdidamente enamorado. Y viendo la grulla y oliendo su aroma, rogó insistentemente a Chichibio que le diese un muslo. Chichibio le contestó canturreando:

-No os lo daré yo, Brunetta, no os lo daré yo.

Con lo que, enfadándose, Brunetta le dijo:

-Pues por Dios te juro que, si no me lo das, nunca te daré yo nada que te guste.

Después de muchas palabras, Chichibio, para no enojar a su dama, tiró de uno de los muslos de la grulla y se lo dio.

Luego, cuando puso la grulla sin el muslo delante de Currado y algunos huéspedes suyos, Currado se extrañó, mandó llamar a Chichibio y le preguntó qué había sucedido con el otro muslo de la grulla. El veneciano mentiroso le respondió:

-Señor mío, las grullas no tienen más que un muslo y una pata.

Currado, entonces, enojado, dijo:

-¿Cómo diablos dices que no tienen más que un muslo y una pata? ¿Crees que no he visto más grullas que esta?

Chichibio siguió:

-Señor, es como yo os digo; y cuando os plazca, os lo mostraré en las grullas vivas.

Por consideración a sus huéspedes, Currado no quiso ir más allá de las palabras sino que dijo:

-Puesto que dices que me lo mostrarás en las grullas vivas -cosa que yo nunca he visto ni oído que fuese así-, quiero verlo mañana por la mañana y me quedaré contento. Pero te juro por el cuerpo de Cristo que, si la cosa no fuese como afirmas, te haré azotar de tal manera que, mientras vivas, te acordarás de mi nombre.

Acabada pues la plática por aquella noche, a la mañana siguiente, Currado, a quien no le había pasado la ira con el sueño, se levantó, todavía lleno de rabia, y mandó que le llevasen los caballos; hizo montar a Chichibio en una mula y lo llevó hacia un río, en cuya riba siempre solían verse grullas al hacerse de día. Le dijo:

-Pronto veremos quién mintió ayer, si tú o yo.

Chichibio, viendo que a Currado aún le duraba el enojo, cabalgaba junto a él con todo el miedo del mundo, ya que tenía que probar su mentira y no sabía cómo hacerlo. De buena gana habría huido si hubiese podido. Pero no podía, y no hacía sino mirar a todos lados, y cosa que veía, cosa que creía que era una grulla sobre dos patas.

Pero, llegados ya cerca del río, vio por lo menos una docena de grullas que estaban sobre una pata, como suelen hacer cuando duermen. Rápidamente se las mostró a Currado diciéndole:

-Señor, muy bien podéis ver que anoche os dije la verdad, que las grullas no tienen más que un muslo y una pata; basta que miréis a las que allá están.

Al verlas, Currado dijo:

-Espera, que te enseñaré que tienen dos.

Se acercó un poco más a las grullas y gritó:

-¡Jojó!

Al oír el grito, las grullas, sacando la otra pata, dieron algunos pasos y comenzaron a huir, con lo que Currado se giró a Chichibio y le dijo:

-¿Qué te parece, granuja? ¿Te parece que tienen dos patas?

Chichibio, casi desvanecido, sin saber ni él mismo de dónde le venía la respuesta, contestó:

-Señor, sí, pero a la grulla de anoche no le gritasteis «¡Jojó!»; que si le hubieseis gritado, habría sacado el otro muslo y la otra pata como han hecho estas.

A Currado le hizo tanta gracia la respuesta que toda su ira se convirtió en fiesta y risas, y le dijo:

-Tienes razón, Chichibio, debería haberlo hecho.

Así pues, gracias a su rápida y divertida respuesta, Chichibio evitó la desgracia y se reconcilió con su señor.


Ahora que ya conoces la historia, ¿Te atreves a jugar a pasapalabra y completar el rosco con la información del cuento?

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